sábado, 14 de abril de 2007

Amor de madre

Ignasi dice que no y su madre lo mata. Ya llevaba tiempo con ganas de hacerlo, así que sube corriendo por las escaleras hasta la salita del segundo piso, abre una ventana, luego la otra y se queda mirando el paisaje, el bosque que pide correr, saltar, jugar, crecer y vivir. Ayer estaba nublado como una mente impotente, hoy solea el cielo en mi cara y en mi vida y lo agradeceré triste pero eternamente. De vuelta abajo coge a su hijo por los pies y lo arrastra a lo largo del pasillo hasta la puerta de entrada, ahora de salida, sigue por el camino de gravilla y lo sube a trompicones escalón a escalón hasta la terraza de arriba. Suerte de la polea, y lo deja colgando mientras ella se sube al tejado apoyada en la escoba. Lo empuja para que se balancee, le agarra un brazo y ya lo tiene sobre las tejas. Fuerza bruta y el niño chimenea abajo. Quizá demasiado. ¡Carajo! Espero que esté atascado. Sin más demora vuelve a la cocina, se lava las manos, vaso de agua y tortilla, que son las tres. Siesta del borrego llave en mano y cuando repica contra el suelo hay que preparar el fuego. Poca leña hay ahí, ¡la Virgen!, esto es el cuento de nunca acabar. Anda, si le asoma un brazo. Bueno, pues con menos altura de fuego ya bastará. Periódicos, ramitas, cuatro sobras, leña menuda, leña gruesa y tres troncos medianos, dos gordos que harán faena y una buena montaña al lado para ir echando. Ya prende, esto. Está creciendo. Un poco más. Abre las ventanas y la puerta para darle más tiro, que empieza a oler a chamuscado. La mano ya está negra. Pues ahora no cabe más que esperar e ir poniendo leña hasta que se consuma del todo. ¿Cuánto tardará? Media tarde, un día dos, días... lo que haga falta. Tantos años de agonía pueden tardar lo suyo en desaparecer. Mientras el fuego crece a lengüetazos ella se va al cuarto del niño. Deshace la cama, quemará también las sábanas –total, ya no las usará–, recoge el barreño con el último pis y topa con el diario de su hijo. En la última página lee: “La enfermedad de mi cuerpo ha hecho enfermar mi cabeza. Mañana le diré que no, que ya no.” y se seca la composición salina de tristeza, alivio y alegría que le moja la cara.

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